Un corazón envuelto en seda



Desciende a mí la vida cuya 
esencia invocó el canto. Lejos de la playa
la barca de mi espíritu deriva,
muy lejos de la turba temblorosa
que nunca dio su vela al huracán.
¡La tierra ponderosa se desgaja
de la celeste esfera! Voy llevado
a lejanías de pavura y sombra,
mientras en lo más íntimo del cielo
el alma de Adonais como una estrella,
fulgura en su mansión de eternidad.
Percy Shelley, Adonais

Te miro a los ojos cuando me desnudas. Tus cabellos brillan como si contuvieran en ellos todo el ardor de la magia ancestral de los brillantes astros. No puedo evitar tocarte, sentir la tenue calidez de tu piel, recrearme en todas y cada una de tus curvas, siguiéndolas sigilosamente con la mecha que se prende en el encendedor de mis dedos.
     Te miro de nuevo, y respiro. Puedo ver en tus ojos el resplandor de la vida, el fuego del deseo, las cenizas grisáceas de un sentimiento que nos carcome por dentro como si fuéramos troncos parduscos y muertos, pálidos, roídos por las termitas y los escarabajos, sin descanso alguno. Pero entonces ya no veo nada y cierro los ojos, y las palabras pierden todo el sentido, y los susurros esbozados a media noche, con los cuerpos entrelazados como una telaraña apetecible y mortal, se desnudan de todo su significado.
     Las sábanas nos engullen con su vespertina calidez, nos enredamos y jugamos como si no existiera el hoy, el ayer o el mañana, como si todo fuera un sueño, como si las balas, el tacto frío de la muerte, las llagas de enfermedad en el corazón y los monstruos descarnados e histriónicos, como si las brujas, chillonas en sus escobas, y los ladrones de sonrisas y suspiros se hubieran fundido para siempre en una bruma espesa e impenetrable, con la mezcla de nuestros alientos y nuestras lágrimas, con la crema de corazones asfixiados y exhaustos que engullimos en la oscuridad de nuestro retiro.
     Siento tu pecho bajo mis manos, el vello y el insistente ritmo del corazón, los versos de John que susurras en mi lengua y la presión de nuestras esencias. Entonces abres los ojos, me miras y explotas, y devoro tus labios y nos comemos las nubes y las escupimos, y las tragamos y las volvemos a escupir. Y después, tus brazos en torno a mi cuerpo, mi cálido abrazo en tus entrañas y la última paloma que se funde con el cielo.

* * * * *

Y despierto, y la pluma se ensucia con la marmórea acidez de mis lágrimas, y me dejo caer, amordazada e histérica, sobre el respaldo del sillón, y observo tu rostro en el maltratado lienzo. Vomito ese olor a pintura y a cansancio, a tinta negra y a rebeldía ya perdida; vomito las ventanas abiertas de mi corazón cuya llave ya me tragué.
     Y miro tu esquela y tu rostro, y miro el lienzo, y toco esa rosa caliente y extraña que se envuelve entre la piel de tu literatura, que canta a los muertos y a los vivos, a la luz y a la oscuridad, y a un poeta de pálida frialdad que también, como tú, apagó la antorcha, radiante y vital, que nos alumbra en esta perpetua oscuridad.
     Noto los latidos bajo mis dedos, como olas que suben y bajan por la extensa playa, dejando un camino de espuma y caracolas, y casi se me olvida que ya está mudo, que ya enmudeció su arpa, que su calor no es más que un producto de mi agonía. Y la espuma se torna ácida y pegajosa, y la tibieza de tu frente se metamorfosea en el bajorrelieve de las conchas…
     Lloro, y lloro por un muerto, por un destino, por aquel que era y que ya no es, y lloro por la muerte del sol, por el oscurecimiento de los nácares, por la palidez de los girasoles, por las mortajas suaves y frías que cubren ya nuestras vidas y que cubren tu corazón, caliente, palpitante, entre manos, como si de una paloma blanca se tratara, como si estuviera dispuesto a susurrarme en el oído el lento rumor de los vientos del destino. Pero yo el destino ya lo conozco: de negro viste y el negro trae, y ni los lamentos vespertinos de la diáfana mañana son capaces de evitar su tibio resplandor.
     Golpeo la mesa con los puños, me hago daño, sangro y la vuelvo a golpear, me siento quebrar por dentro y esta vez caigo al suelo… Toco la flor rosácea de tu existencia y sonrío, porque ella me recita los versos más bellos que jamás una pluma alumbró, los versos de tus lágrimas y tu dolor, de tus graznidos insomnes bajo la luz de la luna, los versos oscuros y negros, roídos y rotos, los versos de tu corazón. Y ahora yacen juntos, dos esencias en una, a las que pronto ha de unirse una tercera en vuestra travesía insomne por la laguna Estigia, por la frontera entre esto y aquello, entre el dolor y la liberación, entre el sufrimiento y el descanso.
       Toco otra vez tu corazón y entonces tus dedos vuelven a enredarse entre mis cabellos…



ANEXO: MARY SHELLEY, UN AMOR Y UNA VIDA
Mary Shelley es probablemente la escritora más importante del Romanticismo, un movimiento social y cultural que se desarrolló en Europa en torno a la primera mitad del siglo XIX. Los románticos se oponían a los valores de la sociedad en la que vivían, vivían sumidos en una eterna melancolía y angustia existencial y consideraban los paisajes lúgubres, nocturnos y exuberantes en su Naturaleza los idóneos en los que pasar el tiempo y recrearse a la hora de desarrollar su talento creativo. Porque si había algo que era para ellos intocable, era la propia genialidad del individuo y la libertad total con la que debía moverse a lo largo de su vida.
      Mary Shelley encarna a la perfección este tipo de romántico. Pasional, solitaria y melancólica, encontraba en la lectura y la escritura no sólo su forma preferida de pasar el tiempo, sino también una magnífica terapia mediante la cual liberarse de los monstruos y continuas depresiones que carcomían su mente trastornada. Mary estuvo casada con el poeta Percy B. Shelley, del que se enamoró a los dieciséis años y con el que viajó por países europeos como Inglaterra, Francia, Suiza e Italia, y siempre enamorada, hasta la muerte de éste en 1822 debido al naufragio de su velero Don Juan cerca de las costas de Lerici (Italia), bautizado así como homenaje a su inseparable amigo Lord Byron.
      Al parecer, Percy y su amigo Edward Williams se habían embarcado en el velero durante unos días, con el objetivo de regresar a Pisa tras su estancia en Lerici, donde habían estado haciendo los preparativos para el lanzamiento de una revista revolucionaria de nombre El Liberal. A la vuelta, una tormenta imprevista acabó con sus vidas. El cuerpo del poeta apareció hinchado en una playa, donde sus amigos más cercanos (Edward Trelawny, Lord Byron, Jane Williams, Leigh Hunt), junto con la propia Mary, destrozada, decidieron quemarlo al estilo vikingo. Pero antes de que quemar su cuerpo, extrajeron el corazón del joven (que murió poco antes de cumplir los 30 años) y, tras una pelea entre Mary y Leigh, finalmente su esposa se quedó con el preciado músculo.
      Mary no pudo soportar en buenas condiciones el fallecimiento de su esposo. Poco antes de su muerte, en 1851, a los 53 años, había sufrido repetidas jaquecas y parálisis de miembros de todo su cuerpo. Su doctor lo achacó a un tumor cerebral. Un año después, sus descendientes abrieron su escritorio y encontraron en él sus diarios, un cuaderno que había compartido con Percy en vida, mechones de pelo de sus tres hijos perdidos y el corazón de su marido, envuelto en una lámina de seda, recubierto por una copia del bellísimo poema del poeta, Adonais, una elegía por la muerte del también poeta John Keats. Actualmente, el corazón está enterrado con ella  en la Iglesia St. Peter, de Bournemouth (Inglaterra), junto con el resto de recuerdos que se encontraron en su escritorio.



BIBLIOGRAFÍA
  • http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Mary_Shelley-Vida-misterio-autora-macabra_0_1005499487.html
  • http://www.rumbosdigital.com/secciones/notas/mam%C3%A1-monstruo-viaje-la-vida-de-mary-shelley
  • http://bunkerpop.mx/bunker-literatura/mary-w-shelley-la-mujer-que-cruzo-el-mundo-con-el-corazon-de-su-esposo-en-el-bolso/
  • http://es.wikipedia.org/wiki/Mary_Shelley 
  • http://es.wikipedia.org/wiki/Edward_Ellerker_Williams
  • http://www.buscabiografias.com/bios/biografia/verDetalle/9328/Mary%20Shelley
  •  http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-5075-2013-07-18.html
  • CROSS, Esther (2013): La mujer que escribió Frankenstein, Argentina, Emecé
  • CALERO HERAS, José (2011): Literatura Universal – Bachillerato, España, Octaedro