Nuestra más sincera opinión



-Usted sabe, señor Mann, que yo nunca le he mentido en ninguna circunstancia, y que, además, jamás he pretendido causarle a usted ningún perjuicio de ningún tipo, pues yo, ahíto en buenos deseos para usted y para todas las personas que me rodean, siempre intento llegar a la mejor situación y desarrollar todas las actividades con exquisita precisión. Y nunca jamás habrá visto usted que yo llegue tarde a alguna de sus reuniones, ni cuando me ha invitado a tomar el té en su apacible salón para charlar animadamente sobre el curso de la vida de ambos, ni cuando me ha citado para desarrollar una de esas tertulias en las que nos pide nuestra sincera opinión, como en esta en la que estamos reunidos. Y siempre que ha sido ese el caso, yo le he dicho lo que, siendo hijo de la reflexión y del más puro raciocinio, me ha salido de la mente y del corazón, y, sinceramente, señor Mann, no quisiera resultar vanidoso o que pensara que me creo en un rango superior que el del resto de sus contertulios, Dios me libre de tales insidias propias de hombres de inferior posición y cultura, pero creo que han sido siempre consejos acertados y oportunos, y que su trabajo, por otra parte muy admirado por mí, como usted ya sabe, porque le he hecho llegar mis felicitaciones cada vez que leo algo suyo, ha quedado formalmente muy bello gracias a mis consejos.
Por ello, señor Mann, me atrevo a decirle que ese adjetivo no debería usted colocarlo en esa posición, e incluso que no debería usted utilizar ese adjetivo. Conozco la gravedad de mi propuesta, pero, basándome en lo que anteriormente le he expuesto, creo que mi juicio es más o menos acertado y que daría a la oración por la que usted nos interroga en cuestión, un matiz importante para la relación con su personaje, y, además, una belleza y una sensibilidad formal que no se había conseguido desde las Odas de Virgilio. Usted sabrá, imagino, mejor que nadie, que por ello ha sido el creador de tales bellas palabras, que su personaje, al que no puedo nombrar porque usted no ha dado nombre aún, acaba de llegar al sanatorio suizo en el que está alojado su primo, y, por ello, ya que es un primo muy querido y admirado por él, y hace mucho tiempo que no lo ve ni mantienen una buena conversación, como la que se mantiene en esta casa siempre que vengo, eso sí tengo que decirlo, que pese a mis discrepancias con estos otros contertulianos, siempre cultos y sabios, y cuyos juicios respeto, siempre me he encontrado muy a gusto en este lugar, y además el té que usted nos sirve he de decirle es de una calidad excelente, que pocas veces he probado un té tan exquisito como el que usted nos sirve, ya que tiene la dulzura correcta y en su perfecta proporción con la amargura inicial que se percibe nada más se introduce la cucharita en la boca, y tan sólo he probado un té tan exquisito como el suyo en Nueva Delhi, donde tuve que ir hace unos cuantos años por asuntos laborales, y allí tienen un té maravilloso, porque, claro, allí todos están locos por el té.
Bueno, pues yo considero, señor Mann, y ya termino, que ese adjetivo que pretende usted poner ahí, calificando claramente al joven que va a visitar el sanatorio, porque, claro, ahora que lo estoy pensando, es usted algo ambiguo, si me permite decírselo, desde el respeto y la admiración que usted sabe le profeso porque en numerosas ocasiones se lo he demostrado, y no se tome a mal esta observación, y le ruego me perdone si le ofendo por ello, pues ya sabe usted, señor Mann, que yo siempre he intentado ayudarlo en su trabajo, pues realmente adoro la Literatura y me siento fascinado por los hombres como usted que son capaces de ensamblar las palabras para hacer una obra de arte total, como querían los modernistas, usted sabe, Marinetti y esos escritores a los que yo admiro muchísimo, y no solo por su filosofía de vida y por su manera de afrontar las circunstancias y de ver el arte y la cultura, sino también por su manera de escribir y de crear palabras que flotan y que vuelan con el viento como las suyas. 
Pero bueno, señor Mann, terminando ya, tan solo me gustaría decirle que creo que ese adjetivo no está totalmente acertado, pues el matiz creo que no es el correcto, y hay que tener cuidado con los matices, sobre todo si el lector es tan sorprendentemente brillante y analista como usted, que nunca se puede saber si el hombre que, muy voluntariosamente y esperando encontrar gran belleza en sus libros, es como Monsieur Auguste Dupin, usted sabe, el protagonista de Los Crímenes de la calle Morgan del gran escritor estadounidense Foe, que no sólo escribió cuentos, sino también magníficas comedias que supongo usted habrá visto, pues todos los hombres aquí reunidos conocemos de su vasta cultura. Así que le recomiendo, desde la modestia y el intenso afecto que siento por usted, usted lo sabe bien, pues siempre que he podido he intentado demostrárselo de la mejor manera que el Señor me da entender, pues yo también soy un hombre sincero y creyente en que la sabiduría celestial del Señor ilumina a todos los grandes hombres como usted para que su trabajo y su obra esté siempre marcada por la belleza y por la precisión de matices y de contenido, usted sabe, porque esos dos aspectos son los más importantes de una buena Literatura.

-Yo gustar siempre cómo tú escribes, ya tú saber, Mann. Él te dició que a él no gustar ese… ese… adjetivo, pero yo sí gustar ese adjetivo, no pienso tú tengas que cambiar ese adjetivo. Pero yo sí veo que en esa línea hay una… ¿Cómo llamar vosotros eso? Una, eso, una errata, porque creo que tu personaje no estaría tan sorprendido. No, no, si a mí pasara eso yo no estaría de esa manera. Yo aconsejo a ti que tú cambiar ese adjetivo por otro, otro que sea que enseñe otro estado, que sorpresa, pero… pero sí por ejemplo alegría. Eso es lo que yo pienso ahora, Mann.

-Bueno, vamos a ver, Thomas, no estoy en absoluto de acuerdo con lo que han dicho estos dos chavalines, que, sí, mucha palabrería el primero y mucho con el adjetivo el segundo, pero no se aclaran. A ver, sinceramente, sin rodeos, como deben ser las cosas, coño: no hay ningún maldito problema con ese adjetivo. Veis fantasmas donde no los hay. Y tampoco hay ambigüedad ni nada de eso, vamos, Thomas, abre los ojos de una maldita vez! ¿Es que nadie se ha dado cuenta de esto? ¡Ja ja, no me lo puedo creer! Llevamos aquí reunidos tres malditas horas discutiendo sobre estas mierdas y nadie se ha dado cuenta. Peor vamos a ver, almas de cántaro: ¡no es el hombre mayor el que llega al sanatorio, sino el chico de 23 años!



ANEXO. THOMAS MANN: CUANDO LA LITERATURA SE HACE REALIDAD
Thomas Mann es uno de los mayores escritores del siglo XX, como certifica el Premio Nobel de Literatura que le fue concedido en 1929.
        Pese a que nació en el Imperio Alemán (actual Alemania) en 1875, obtuvo la nacionalidad estadounidense y vivió la mayor parte de su vida en los estados Unidos, por lo que se le considera tradicionalmente uno de los mayores escritores de ese país.
         Pese a que en los primeros momentos de tensión internacional, en 1914, se puso de parte de la causa belicista y defendió acérrimamente la supremacía alemana sobre el resto de Europa, una vez terminada la guerra adoptó una posición democrática y tolerante que le llevó a apoyar la República de Weimar (1918-1933), exiliándose a Suiza a la subida al poder de Hitler, calificando al nazismo de "disparate con esvástica". En este aspecto, destaca su labor como activista contra el fascismo: publicó la revista antifascista Mass und Wert (Medida y valor) y otros ensayos como Hermano Hitler, en el que criticaba la figura de Adolf Hitler.
         Entre sus influencias literarias se encuentran Goethe, Schiller y Paul Bourget, y en el ámbito filosófico se dejó llevar por las ideas de Nietzsche y Schopenhauer. 
         El dato más curioso que se cuenta sobre este autor es su obsesión por la perfección formal y por la caracterización de sus personajes. Según sus biógrafos oficiales, el escritor estaba realmente obsesionado con hacer de sus personajes personas reales, hasta tal punto que llegaba a imaginar cómo sería su firma. Además, Thomas Mann, siempre que estaba creando una nueva novela, organizaba reuniones en su casa en las que se juntaban amigos, familiares y conocidos. En esas reuniones, el autor alemán les preguntaba por el estado de la novela, tanto por aspectos formales (ritmo, figuras literarias, adjetivación…) como por aspectos relacionados con el contenido (la forma de desarrollarse la historia, qué hacer con tal personaje…).
         Así, consiguió escribir más de cuarenta novelas y otros tantos ensayos, destacando, por encima de todas, La montaña mágica y Los Buddenbrook.


BIBLIOGRAFÍA
  • http://es.wikipedia.org/wiki/Thomas_Mann
  • http://es.wikipedia.org/wiki/La_montaña_mágica
  • http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/mann.htm
  • MANN, THOMAS (2005): La montaña mágica, España, Edhasa Editorial